Con su obra Hallado en la grieta, este autor de más de 20 obras y director de talleres de literatura, regresa a su vieja pasión de novelar. La vuelta del escritor guayaquileño se produce tras una larga y tortuosa pelea con una enfermedad que lo mantuvo en el infierno. Ahora, recuperado, se enfrenta a proyectos de largo aliento y agradece a la literatura la posibilidad de seguir vivo.
Por Solange Rodríguez
Jorge Velasco se sujeta las manos constantemente: las oprime y estira repasando con la palma su índice, el anular, el meñique. —Desde la enfermedad no puedo sostener nada —dice—, me tiemblan. El día del lanzamiento de su novela en Guayaquil, Hallado en la grieta, editada por Mar Abierto, no firmó ningún autógrafo. Luego de contestar preguntas de la presentadora y de las enfáticas palabras de Ubado Gil, director de la editorial manabita, sobre la necesidad de considerar un reconocimiento económico para los autores por su labor tanto creativa como académica, Jorge habló públicamente de su alcoholismo desde un atril que tenía el micrófono sujeto a una base metálica, porque le era imposible sostenerlo. —Me han dicho que uno de los pasos para superar esta enfermedad es hablar de ella —y luego añadió—, les prometo que no volveré a fallarles, no pienso recaer. Después conversó un poco aquí y allá y se marchó temprano, siempre con el mismo gesto: tocándose los dedos que han producido cerca de una veintena de obras en todos los géneros, asegurándose de sus manos todavía estaban allí.
El gato en tempestad
En Guayaquil cae agua muy fuerte y a cada rato. Jorge mira llover desde la biblioteca de la Casa de la Cultura de Guayaquil y contempla, tras el cristal humedecido, la imagen borrosa del Parque Centenario y de la gente que pega brincos y corre atravesando la calle. Él no sabe qué tiene el agua que lo seduce tanto porque, reiteradamente, sus personajes navegan, flotan y naufragan. En la reciente novela, Hallado en la grieta, sus protagonistas Valdemar Ventura, Ailyn y Amanda dejan el continente y cruzan el océano hasta llegar a las Islas Encantadas para encontrar sosiego, tras un pasado turbulento; pero su estadía no será menos infeliz, porque el espacio donde van a ir a parar, desértico y cruel, pondrá a prueba su resistencia emocional.
—Yo amo el mar —comentó Jorge la noche del lanzamiento de Hallado en la grieta—. Una vez viví con alguien frente al mar, pero esa casa se hundió y como se hundió, yo me hundí con ella, pero quisiera vivir siempre cerca del mar, tal vez ahora… —y tras una pausa alguien le dice que el mar aún sigue allí. —Pero yo ya no —añade Velasco con una sonrisa triste—. Valderdar Ventura, hombretón convaleciente de un infarto también vivió frente al mar con una compañera cuando era joven y ahora convive con Ailyn, mujer de la que ya está cansado. Velasco elabora un protagonista a quien la edad le da la mesura y la inteligencia para entender la lenta desgracia de la vejez, poniendo esta reflexión en las palabras del pirata Walter Raleigh: “En esos años todo se vuelve borrascoso y encapotado, como el mar antes de la tempestad, las enfermedades se aparecen como las islas y la memoria se pierde, las pasiones, los afectos…” No obstante, Valdemar se mantiene sostenido por el amor y la aversión que siente por Ailyn.
La creación del mundo
Varios universos se han creado en el salón de lectura de la Casa de la Cultura de Guayaquil, donde Jorge Velasco Mackenzie ha impartido talleres de creación literaria desde 1976 —es tan asiduo al lugar que las bibliotecarias lo tratan con familiaridad y cariño—, y desde allí, esta tarde ve llover. Un taller finaliza y otro vuelve a empezar y así han pasado varias generaciones de aspirantes al oficio de las letras. Con auspicios gubernamentales e iniciativas culturales, a veces sostenidas, a veces tartamudas, Jorge se ha movido por varias ciudades estimulando a escritores aficionados y generando mejores lectores. —Aunque un taller es una competencia tácita y beneficiosa, el director debe estar atento para evitar que se formen carreras y enfrentamientos —apunta.
Hace un recorrido mental por sus talleristas y le viene a la memoria Luis Urgilés. —¿Qué estará escribiendo ese muchacho?, ojalá no lo haya absorbido la vida; lo que debe absorber a un escritor es la literatura, porque su única república es el lenguaje. Si trabajas todo el tiempo con el lenguaje, te pasan dos cosas: o lo mejoras o lo empeoras. Y luego habla con mucho entusiasmo de un proyecto inédito en el Ecuador que quiere empujar con mucha fuerza: un taller de creación de novelas. Velasco dice que parte de la premisa de que todos tenemos historias que contar y que consistiría en sesiones de cuatro horas, con aproximadamente diez talleristas. —La idea es dejarlos encaminados hasta que la historia tenga cuerpo. Pero va a estar duro, no sé si aguantaré el trajín. —Y mientras habla de las 12 sesiones que debería tener el taller, su rostro se vitaliza por el entusiasmo.
La casa de enfermos
Treinta años de beber, primero socialmente, después de manera compulsiva, deterioraron su salud al punto de derrumbarse en la calle dos veces. Luego de la segunda crisis y por pedido familiar se interna en un centro de rehabilitación para adictos, donde pelea para aplacar su enfermedad, por tres meses. —¡Pasé el infierno! —dice mientras vuelve a tocarse las manos nerviosas—. No por la abstinencia, sino porque en medio de toda esa soledad, de ese silencio, te das cuenta de todo lo que has perdido. Recuerda a Edith, su compañera que soportó los años más críticos y de la que se encuentra separado. —Pero ya estamos volviendo a hablar —añade en tono cansado. Como Jorge todo lo fabula, de esta experiencia tiene un proyecto de novela corta e intensa de la que tiene ya avanzadas varias páginas. —No voy a ablandarla, quizá dramatizarla más; así salió —sentencia.
Aun durante “la enfermedad”, como llama Velasco a su larga relación con el alcohol, produjo abundantemente: escribía en cantinas, emborrachándose, jamás del todo borracho o con resaca, porque ahí no podía ver ni una hoja en blanco. —Algunos de mis personajes han nacido enfermos porque el gestor estaba enfermo —comenta, y tras reflexionar sobre esto, añade que Hallado en la grieta ha sido para él la novela del alejamiento, no solo porque se trata de personajes que salen del continente hacia un lugar tan exótico como las Islas Encantadas, sino porque la escribió mientras finalizaba su vida como docente, terminaba una larga relación afectiva y su salud se destrozaba.
De vuelta al paraíso
Jorge Velasco continúa hablando de sus proyectos, entre los que está un libro recopilatorio sobre el aporte literario de su generación, la que él llama, siendo consciente del lance: “la más grande luego de los autores del treinta”. Enumera un par de nombres como los de Fernando Nieto Cadena, Eliécer Cárdenas, Jorge Dávila Vázquez e Iván Égüez. Imagina un libro con entrevistas y semblanzas fotográficas y también se atreve a poner un título: Nosotros los de entonces, una línea sacada de un poema de Neruda. También se enfila un texto sobre Eugenio Espejo para engrosar la lista de novelas históricas luego de Tambores para una canción perdida (1986) y En nombre de un amor imaginario (1997). Dice que tal vez este proyecto de largo aliento será el final porque quizá nunca vuelva a escribir una novela. —Uno siempre dice eso, pero la verdad es que todavía me la juego.
—A la literatura le debo estar vivo —concluye. Toca otra vez sus manos inestables que, luego de más de 20 obras, aún mantienen su oficio de palabras—. Le debo a ella seguir inventado y no pienso recaer. —Después hace un largo silencio y se puede escuchar el agresivo golpeteo del agua contra los cristales de la biblioteca. Todo ese caudal retornará al mar, para volver a empezar renovada, otra vez.
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