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jueves, 13 de junio de 2019


MEDARDO ANGEL SILVA

(Guayaquil, 1899-1919) Poeta ecuatoriano. De formación realmente autodidacta y origen humilde, ejerció como maestro de escuela; quizá su condición de mulato influyó en el pesimismo que llenó su vida, en una sociedad todavía lejana del sentimiento humano de la comprensión y la convivencia. No se ha podido concretar si lo impulsó al suicidio un desengaño amoroso o si murió a manos de un rival por celos.
La obra de Silva se contiene en dos volúmenes: El árbol del bien y del mal, que él mismo editó en 1917, y Poesías escogidas, una selección que Gonzalo Zaldumbi de publicó en 1926 en París. Fue también autor de prosas poéticas y de una pequeña novela titulada María Jesús. Medardo Ángel Silva fue el menor y acaso el más importante poeta de la generación del novecientos que introdujo el modernismo en la literatura ecuatoriana.
Poeta del dolor, del "spleen", del amor imposible, del hastío de vivir, dejó algunas de las más bellas páginas de la literatura ecuatoriana. Estuvo, como sus compañeros de generación (Arturo Borja, Humberto Fierro, Ernesto Noboa y Caamaño) bajo la influencia directa de los simbolistas franceses, especialmente de Verlaine y Baudelaire. Padeció el "mal del tedio", y toda su obra, de gran pureza formal, es un canto de amor a la muerte.

Primeros años de Medardo Ángel Silva

Guayaquil en tiempos de Medardo

La Guayaquil que vio nacer a Medardo Ángel Silva dista mucho de la Guayaquil actual. Para junio de 1898, Guayaquil pujaba por convertirse en una urbe cosmopolita mientras que el país estaba envuelto en una guerra civil y los grupos políticos se enfrentaban de tiempo en tiempo por las migajas del poder.
El país había heredado de la Corona española (antiguo Imperio) sus prejuicios y su estructura social: una élite social había crecido ejerciendo su dominación sobre un pueblo mestizo. Las riquezas provenían de los latifundios de cacao y café que se exportaban como materia prima.
Paralelamente, el clero católico —junto con la oficialidad militar— se había asociado con la banca para ejercer el control social.

Influencia de Eloy Alfaro

Alfaro se rebeló contra el poder establecido, obligó a que la Iglesia se estableciera dentro de sus templos y llevó el país al laicismo. Esto se concretó con la instauración del matrimonio civil, la legalización del divorcio y la creación de un sistema de escuelas públicas con educación gratuita.
Además, promovió la libertad de expresión y condujo a la nación hacia la industrialización con la construcción de un sistema ferroviario. Eloy Alfaro defendió fervientemente los valores democráticos y, al contar con poderes dictatoriales, luchó por la integridad territorial de Ecuador.
Para lograr todo esto a Alfaro le tocó enfrentar y vencer una férrea oposición que se sentía dueña del país y del poder. Ellos se vieron desplazados y se decidieron por la violencia y los enfrentamientos.
Este sentimiento de dolor se filtró en el corazón del joven Medardo, un «cholito guayaquileño» según la definición del investigador Hugo Benavides, quien estudia a este personaje y profundiza en la caracterización de los cholos (mestizos), producto de los cruces genéticos y culturales de negros, indios y blancos españoles.

Medardo y su relación con la muerte

Medardo era un niño de tez oscura y de rasgos marcados que se enfrentó a la muerte de su padre aún siendo un niño. Esto conllevó a que la vida de él y la de su madre sufrieran un gran cambio.
Juntos vieron deteriorar su condición económica, al punto de que la única vivienda que logran tener se ubicaba frente a un cementerio.
Esta realidad, sumada a la realidad social del país en donde los enfrentamientos eran parte de la cotidianidad, lo lleva a ser testigo de numerosos desfiles mortuorios, lo cual se convierte en un espectáculo usual y desgarrador para el joven.

La Generación decapitada

Medardo no es el único que siente la muerte como compañera de juegos. Hubo otros tres ecuatorianos, contemporáneos, que provenían de otros grupos sociales y se hicieron eco de esa enorme desolación espiritual que conlleva convivir con la muerte.
Se trató de Ernesto Novoa, Arturo Borja y Humberto Fierro, todos nacidos en la última década del siglo XIX.
En la revista Letras, publicada en 1912, Francisco Guarderas habla de un grupo de adolescentes irrespetuosos y terribles llamados a sellar la libertad literaria de Ecuador y de la América hispana, y los bautiza como la Generación decapitada.
Dice que ellos —al igual que el conde de Lautremont— van contra todo y que su fervor pavoroso los convierte en la pesadilla de los retóricos.
Estos cuatro pistoleros de las letras tienen mucho en común: influenciados por el libro Azuldel nicaragüense Rubén Darío y por los simbolistas europeos como Verlaine, Baudeliere y Rimbaud, encuentran en la depresión melancólica su inspiración.
El dolor, la separación y la muerte son entonces sus compañeros inseparables. Ellos son parte de la Generación decapitada.

Medardo, el modernista

A los 14 años, Medardo, mestizo, pobre, huérfano de padre y acostumbrado a contar féretros y a llorar en la distancia los muertos ajenos que siente como propios, trabaja ese dolor con total independencia creativa.
Sus escritos no sienten pudor por romper la métrica tradicional de la poesía, usando las palabras para sentir y no solo para decir. Cada una de las letras de sus poemas comienza a ser una experiencia sensoperceptiva de sus sentimientos más personales, aunados a una lucha sociopolítica de ruptura y libertad.
Este es el principio del Modernismo, el primer movimiento literario hispánico que trasciende las fronteras de un continente muchas veces despreciado por la visión colonialista, y logra la aprobación mundial.



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